Por: Gabriel Gallego Montes

La tercera década del siglo XXI será motivo de muchas conmoraciones importantes para la bella y encaramada ciudad de Manizales. El arribo de los años 20 del siglo pasado engalanaba la ciudad como la perla del Ruiz y una de las capitales más dinámicas y de mayor crecimiento en el occidente colombiano; una ciudad que jalonaba el progreso del recién creado departamento de Caldas.

Por aquella época contaba la ‘city’ con bancos de nombre extranjero y una elite dispuesta a poner este terroncito de tierra en el concierto nacional e internacional. Para ello se habían iniciado dos proyectos de infraestructura colosales y faraónicos, la construcción del cable aéreo Manizales-Mariquita y el ferrocarril del Caldas. De estos emblemáticos proyectos quedan las bellas estaciones como símbolos silentes de la pujanza y grandeza que tuvo la bella ciudad.

También contaba la ciudad con una productora de cine, que sirvió de maquina difusora, en formato de cine mudo, de la grandeza y proezas de la comarca. Manizales city, cinta producida por la Manizales Film Company y dirigida por Félix Restrepo, nos recuerda en un sinnúmero de escenas de la época, la grandeza de Manizales, sus monumentos, la caridad de sus gentes, los incendios, pero en especial su deseo de modernidad.

Película sobre Manizales en 1925.

Siempre que veo esta bella pieza del patrimonio fílmico nacional, que estuvo desaparecida por muchos años y que emergió como el ave fénix de las cenizas del olvido -gracias a la filmoteca de la UNAM-, intento imaginar que sentirían sus habitantes hace 100 años viendo tanto revuelo en la ‘city’, tantos proyectos, tantas iniciativas, tantas ganas de salir de estas montañas y conectarse con el mundo; dirían hoy en lenguaje posmoderno tanto “emprendimiento”.

Para esa época los carros recién comenzaban su desarrollo tecnológico y ya la ‘city’ tenía su tráfico donde se mezclaban semovientes y autos en las empedradas calles.  Por eso urgía un cable aéreo que conectara la ciudad con el rio Magdalena y un ferrocarril que nos llevará prontito al puerto de Buenaventura. Mejor dicho, urgían medios de transporte modernos que aceleraran el cambio, que nos recordaran que el tiempo y el espacio son construcciones sociales y, por lo tanto, se pueden aceleran y reducir.

Adelantar estos dos proyectos fue una jugada maestra para hacerle el quite a nuestra accidentada geografía, entender que los obstáculos solo existen en nuestra mente y que una élite pulcra, honesta y líder, como la de aquella época, fue capaz de conducir un pueblo por la senda del progreso.

Un cuadro que me llama profundamente la atención de Manizales City, y que discuto con mis estudiantes en clase, es cuando en un retablo de la cinta el productor escribe los adelantos de la ciudad y se aventura a denominarla ‘La Chicago colombiana’.  

Comparar el progreso de Manizales con los desarrollos de la joven Chicago fue una maniobra osada para las gentes de la época. Me pregunto, ¿qué tenían en mente los gestores de la cinta, sus financiadores, las élites y los líderes de entonces que se atrevían a comparar sus hazañas locales con el desarrollo que había logrado Chicago? Quizá, no eran tan distintas.

Chicago, una ciudad tan joven como Manizales, fundada 1833 en el Estado de Illinois, destruida por un incendio en 1871 y reconstruida como una ciudad moderna, esbelta, al lado del lago Michigan.

Desde mi perspectiva, que he discutido con otros colegas, la Manizales de aquella época y sus gentes tenían un deseo de modernidad. Deseo que se traducía en unas ganas profundas de transformarlo todo, de demoler obstáculos, de hacer vibrar la ciudad en el concierto nacional e internacional, y sí que lo lograron por varias décadas. Faltarían páginas para enumerar el conjunto de hazañas desde lo político hasta las infraestructuras, pasando por el gran desarrollo de su aparato productivo.  

Sin embargo, este deseo de modernidad se fue diluyendo desde la década del 60; se fue perdiendo con el paso de los años, la city, así, fue perdiendo dinamismo y población. Emergieron de nuevo los obstáculos y las limitaciones, perdimos la perspectiva del largo plazo. 

Nuestros antepasados sí sabían de prospectiva, de armar futuros, de soñar, de proyectarse.

Gabriel Gallego Montes.

En la década de los noventa del siglo pasado, un grupo de académicos, investigadores y buenos visionarios al amparo del CRECE (Centro Regional de Estudios Cafeteros y Empresariales), el Corpes de Occidente y la Corporación para el Desarrollo de Caldas -que discutía propuestas de desarrollo y no organizaba ferias artesanales-, con apoyo de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) y tal vez respaldados por uno que otro funcionario público, armaron un proyecto que se llamó Caldas Siglo XXI.

Un ejercicio de prospectiva territorial, que mediante un conjunto refinado de estrategias construía escenarios para la ciudad y la región en el mediano y largo plazo. De estos ejercicios poco se ha incluido en los esquemas planificadores de la ciudad y la región y hemos caído en una suerte de corto placismo, de inmediatismo, un presente permanente que nos corroe y nos eclipsa el futuro.

Nuestros antepasados sí sabían de prospectiva, de armar futuros, de soñar, de proyectarse.

Escribo estas líneas esperando que salga un vuelo en el recién y modernizado aeropuerto Matecaña de Pereira, terminal aérea que se transformó en regional en las últimas décadas y que se ha visto afectada seriamente, como muchos, por la pandemia. Arribo al Dorado, en Bogotá, otro aeropuerto modernizado, pero muy solo, con muchas naves estacionadas en las pistas.

Me sorprende los pocos movimientos en sus salas de espera, en sus mostradores, en sus cafeterías y restaurantes, es una soledad que conmueve.  Extraño la algarabía y los tumultos de aquellos aeropuertos, pero todo se moderniza y regulariza en tiempos de pandemia, para bien o para mal.

En aquellos ejercicios de prospectiva que se hicieron en los años 90 nunca recuerdo que se hubiese discutido un aeropuerto para Manizales, siempre se pensó en un aeropuerto regional para el eje cafetero y que éste debía quedar en Cartago, aprovechando el Santa Ana por sus excelentes condiciones meteorológicas, físicas y de conectividad que tiene este terreno (y más ahora con pacífico III), pero no, todo se opacó y primaron los intereses individuales por encima del sueño regional, cada ciudad con su pequeño aeropuerto.

Hoy se celebra con alboroto la construcción de Aaeropalestina o Aerocafé, un aeropuerto diseñado en tiempos prepandémicos, que eran otros tiempos con escenarios, flujos de carga y de pasajeros que el coronavirus alteró para siempre. Ante la apabullante realidad de la cada vez más cercana Pereira, el esfuerzo es integrar, conectar; existen muy buenas iniciativas de conectividad con nuestra hermana ciudad, distante 44 kms, que deben ser sacadas del olvido prospectivo del proyecto Caldas siglo XXI, y que no se reducen solo a una carretera, pensar así, sólo en carreteras y un mini aeropuerto es quedarse en el siglo XX y albergar un sueño de una modernidad tardía, trasnochada.

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