COLUMNISTA

Gabriel Gallego MontesPDF, Ms. PhD 

Profesor/investigador

Departamento Estudios de Familia-GESEX

Universidad de Caldas

La semana pasada, el columnista Jaír Villano una columna en El Espectador https://www.elespectador.com/noticias/cultura/el-aumento-del-coronavirus-no-es-culpa-del-colombiano-irresponsable/ donde critica de forma severa la forma como los medios de comunicación le transfieren la culpa del aumento de contagios por Covid-19 a los ciudadanos irresponsables y no a la incapacidad de un Estado cuya perduración —en sus años de existencia— ha sido el no cumplimiento de los derechos más básicos de su ciudadanía.

Transferir la responsabilidad al ciudadano de todos sus males, es propio de nuestro sistema de salud neoliberal mercantilizado, donde se supone que las prácticas de autocuidado son responsabilidad de un sujeto racional que toma las mejores decisiones en ésta y otras materias de su vida cotidiana.

El sujeto es capaz de ponderar sus actos, medir la relación entre el costo de salir y el beneficio de quedarse en casa, nada más falso y carente de sentido, pues olvida que en materia de salud existen un conjunto de factores que inciden – positiva o negativamente – en el comportamiento de una enfermedad, en su desarrollo y en su letalidad.

La Organización Mundial de la Salud –OMS- denomina a las circunstancias en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido el sistema de salud, los Determinantes Sociales de la Salud.  Esas circunstancias son el resultado de la distribución del dinero, el poder y los recursos a nivel mundial, nacional y local, que depende a su vez de las políticas adoptadas por un Estado. 

Para la OMS, los determinantes sociales de la salud explican la mayor parte de las inequidades sanitarias, esto es, las diferencias injustas y evitables observadas en y entre los países, entre clases sociales, entre regiones, entre grupos étnico/raciales, entre hombres y mujeres en lo que respecta a la situación sanitaria. 

Por ello, lo que muestra la pandemia del COVID es el resultado de las injustas distribuciones de la riqueza y del bienestar que son condiciones necesarias para enfrentar esta enfermedad y cualquier otra en el futuro próximo.  El eterno dilema entre pobreza y riqueza se resuelve de manera muy fácil, es mucho más sencillo enfrentar un quebranto de salud cuando se tiene plata en el bolsillo, ahorros y capitalización.  

En los medios de comunicación se insiste mucho en la explicación epidemiológica de la pandemia, su comportamiento, los casos nuevos reportados, la prevalencia, su letalidad y los nuevos linajes del virus -los que se han reportado-. En estos temas nos hemos vuelto, sin querer, epidemiólogos básicos, de calle. En mi casa, por ejemplo, una conversación trivial incluye algún comentario sobre “supiste que estamos en la tercera ola” “viste que la sepa inglesa entró por Caldas”; todos hemos ido refinando nuestro lenguaje a tal punto que cualquier lego que habla por televisión logra ser entendido sin mayores dificultades.   

Sin embargo, frente a las acciones que se han hecho para modificar o alterar los determinantes socio-culturales y políticos que inciden en el comportamiento del virus, poco a nada se habla.  

En TV, en la prensa escrita y, con mayor razón, en redes sociales, es poco común que se compartan campañas educativas claves, exitosas, en alguna región del país o del mundo que cuente cómo sobrellevar las penurias sociales. Todo se reduce a un asunto meramente clínico de la enfermedad – que no dejan de ser importantes -, pero no es lo único que explica el por qué un virus de esta naturaleza es más letal unas personas que en otras. 

Hace poco la Universidad de los Andes, con la base de datos que viene acopiando el Instituto Nacional de Salud, explicó que la probabilidad de desarrollar una infección grave por el virus, terminar en una UCI y morir, está fuertemente asociado a la pobreza. 

Una persona de estrato 1 tiene mayores probabilidades de morir por COVID que una persona de estrato 6.  En nuestro país, las personas pobres, las que no pueden hacer cuarentenas o confinamientos pues su sobrevivencia depende del día a día, en la calle, o en un trabajo informal, son las que más exponen al riesgo de enfermar. 

De igual manera, el mismo período El Espectador publicó una entrevista con 9 expertos epidemiólogos sobre la eficacia de las cuarentenas.  https://www.elespectador.com/noticias/salud/cuarentena-en-colombia-la-frustracion-de-volver-al-encierro/

Todos coinciden en que son efectivas. Andrés Vecino al ser preguntado expresó: “¡claro que sirve! Eso no está en duda, pero tendremos que tener una conversación sobre si compensan el costo que producen”. De otro lado Zulma Cucunubá agrega: “no podemos negar que funciona para reducir contactos; pero tampoco podemos negar que es el último eslabón de una serie de medidas a las que nadie quiere llegar”. 

Se habla entonces de los costos que produce una cuarentena, no solo monetarios sino en salud mental, y del último eslabón.  En términos de eslabones, de los anteriores a una cuarentena, están aquellos sobre los cuales se insiste poco, los determinantes sociales (y políticos) de la salud.

Uno de los determinantes que mayor incidencia tiene es la educación; tanto como logro educativo de una persona a lo largo de la vida, como la educación en salud, en prevención.

Es importante el desarrollo de hábitos que solo se logran mediante procesos educativos integrales, no coyunturales, permanentes y reiterativos; basados en la máxima “repetir, repetir, reiterar, insistir” hasta lograr que la población incorpore dentro de sus prácticas cotidianas hábitos nuevos, saludables y descarte/modifique algunos que se consideran inviables en un contexto y tiempo determinado. A esto lo llaman promoción y prevención, en manos de las benditas EPS, pero de eso, nada.

Me pregunto, ¿qué campaña educativa se viene haciendo en el país para que en el transporte público, por ejemplo, se enseñe a los usuarios que las ventanas deben estar abiertas completamente durante todo el recorrido para garantizar una ventilación adecuada?; o ¿cuántas carpas hay instaladas en Manizales, en toda la ciudad – solo por citar un ejemplo – donde a los y las ciudadanas además de tomarles pruebas (vacuna hay pocas) se les den charlas informativas para el uso correcto del tapabocas y medidas básicas de prevención?  ¿Cuántas visitas domiciliarias o comunitarias se han hecho en Manizales, para educar en acciones de prevención frente a la pandemia en el ámbito familiar? A esto añadamos que la educación tiene que ser lúdica, no punitiva.

Entre confinamientos usados como primer eslabón para contener la pandemia, poca incidencia pública en los determinantes en salud y reformas tributarias que profundizan la pobreza en Colombia y dejan los privilegios intactos para las élites, se configura un escenario macabro en que el Coronavirus y ninguna pandemia venidera podrá sortearse con éxito, pues la pobreza, y todo lo que ella acarrea, es el condicionante más fuerte para que una enfermedad permanezca entre nosotros o pueda ser superada.


 

Por admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.